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HAMBURGO A STRÄGNÄS

Sin que sirva de excusa, querido lector o lectora, que en estas líneas tendrá la distracción de un demente, que se aventura en una moto vieja, debo pedirle disculpas por mi tardanza en actualizar esta humilde web… Ahora entenderá usted por qué.

Salí de Strägnäs, dirección al quinto coño o Nordkapp, quedaban unos 1800 kilómetros mal contados y en mi poder una bolsita de clavos para el hielo y dos de tornillos de la ferretería de cualquier lugar del mundo. Una moto que podía votar desde hacía un año y mucha ilusión de ver que me deparaba el camino. Tenía un contacto en Luleå, a 900 kilómetros de mi partida. Pensé que podría llegar en un día, tal y como se estaba dando la aventura. Pero a solo unos 200 kilómetros de mi partida, a la moto le volvió a dar fatiga. Pingu, que así se llama este artilugio de dos ruedas, tosía a medida que intentaba avanzar, cuál asmático en carrera. Tenía que ser el grifo de los cojones de nuevo. Cansado del problema, entré en una tienda de una famosa marca sueca, la cual se caracteriza porque tiene todo para los cacharros que tienen un motor. Compré un grifo por 15 euros y lo coloqué como pensé que era, dejando el viejo enganchado a la manguera de la reserva y cerrado. Camino de Luleå, a mitad de camino entre una cosa y otra, decidí parar y poner la tienda y así evitar lo que aquella noche ocurrió con aquel enorme jabalí que por poco nos besamos. Busqué un lugar que me inspirara confianza o que al menos tuviese poca nieve y ahorrar trabajo con la pala. Ahora sí había nieve por todos lados. Cansado y viendo que la luz se me apagaba con el roce de la manopla, me metí en un camino y allí monté el tenderete. Mi pala no es a motor y creo que aún no la han inventado. Limpiar la zona y dejando una placa de hielo prácticamente indestructible, planté la caseta. Cuando todo estaba colocado… Menos yo, un perro con ladrido de ogro, amenazaba en la distancia. Perro o lobo o bicho grande en general. “Ya podría ser caperucita en vez del puto lobo” pensé. Ladraba y echaba cojones desde la distancia, pero nunca se acercó… menos mal, aunque como un guerrero ya lo esperaba con una pala en la mano y un trozo de chocolate en la otra, el camping gas encendido y dos cojones de corbata.

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Sí, hace frío. No te voy a engañar. Lo peor de todo, es que esa caseta, la cual a viajado conmigo en todos mis viajes, de hecho encontré un papel dentro, probablemente de la ultima macoca en Africa, no está preparado para el invierno y no aislado como debería. En consecuencia, a la mañana siguiente había aguita en el interior. El aislante salvó la jugada y la calidad del saco de dormir el cual es prestado y está preparado para esto… vamos.. que hacía fresco, pero lo soporté estupendamente.

Después de recoger mis cositas mojadas y fresquitas, y con todo montado en la moto para continuar, la moto se fue al suelo. Al levantarla y os aseguro que sobre hielo, no es tarea fácil, mi antebrazo izquierdo se resintió alcanzando parte de la muñeca. (Menos mal que tenía hielo a espuertas) Mariconadas… Estaba a unos 450 kilómetros para llegar a Luleå y el sol brillaba con fuerza. Eso está guay de día, y es una mierda de noche, porque con cielo despejado, no se crea el “efecto invernadero” que provocan las nubes y hace un frío que lo flipas en colorines.

Llevaría unos 100 kilómetros, cuando de nuevo la moto empezó a toser de nuevo. ¿Otra vez? Sí, otra vez. Con grifo cambiado. ¿Que podría ser? La moto fue revisada antes de salir. Limpiados los carburadores, manguitos nuevos… El Grifo era el grifo de hacía 20 años y son famosos por estropearse. Como ya sabéis, no tengo ni idea de mecánica, así que llamé a uno y a otro. Todos decían lo mismo… Normal después de explicarles los pasos dados. Tenía que ser mierda en el carburador. Mi mecánico y amigo, con el que hicimos la moto, Gonzalito de GSA, me dijo que desmontara los carburadores. Por un momento me sentí como ese futuro padre, cuya futura madre se pone de parto en el coche en medio de la autovía y sigue los pasos que le va dando el médico al otro lado del teléfono. Sin sangre en las manos, pero sí con grasa y tras más de una hora, conseguí sacarlo. Antes de abrir la “tacita” de uno de ellos, corrí el tornillo… menos mal que un señor que pasaba por aquella gasolinera, al verme dar patadas y tirar el destornillador… pero sin agresividad eh!, decidió ayudarme. Fue a su casa, trajo unas tenazas o llave grifa o como cojones se llame eso de hacer presión… y lo sacamos entre los dos. El apretaba y yo miraba. También tuvo el detalle de traer unos pocos de tornillos iguales para luego cerrar. Limpié, y cierto es que mierda tenía un poco, pero nada en el chiclé. Lo conseguí montar todo de nuevo y la moto llegó a Luleå… Pero a trompicones y pegando explosiones.

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Tras cagarme en los santos muertos de la moto, del ingeniero que hizo aquello “to’ pegao” y al milímetro. Saludé a Emil, el chico de Couchsurfing que me dejó dormir en su casa. Lo primero que hice fue ir a la ducha, era bastante tarde y yo estaba bastante cerca de lo que huele un circo. “Mañana por la mañana la limpio de nuevo” Pero me percaté que al meter la moto en el garaje de Emil, la moto escupió un chorro de liquido amarillo, y Pingu, aunque parece un pingüino no lo es y por lo tanto no mea… El olor me hizo ver que era gasofa. Fuimos esa noche con la reventaera de un día inolvidable a por unas abrazaderas a una gasolinera que se encontraba a unos 4 kilómetros de la casa… Y lo hicimos andando porque era el único medio de transporte que teníamos en ese momento… Ah! Y una moto de agua que había en el garaje.
Al siguiente día, con el manguito nuevo puesto, con los carburadores brillando y todo colocado, me despedí de Emil y salí rumbo a norte. A los 23 kilómetros me tuve que volver. Ma tos de Pingu. En hebreo, en árabe, en cristiano y en chino… volví a cagarme en los reverendos muertos de aquella moto. Volví. Emil ya estaba en el curro. Desmonté de nuevo el carburador, el filtro, manguitos … y todo lo que colgaba. Cada vez tardaba menos tiempo en hacer la maniobra. Lo monté todo pero no sonaba bien. Se ahogaba de nuevo. Membranas, chicles, tacles, esto que es, pa usted… y todo lo mirable lo miramos. Ahí fue cuando pensé en abandonar. No podía más y era la primera vez que, quizás por la tranquilidad de un seguro, solo tenía que levantar el teléfono, llamar y en unos días la moto llegaría a Conil, yo también me prepararía para la caza de Semana Santa, que es la menos Santa en Conil… y al carajo la moto.
Por las redes sociales la gente se volcó para darme ánimos ya que publiqué que no podía más y que lo iba a dejar. Y era cierto. (caza!! Conil!!) Emil mandó a un amigo del padre para que me echara una mano. Tras mirar la moto, tocar los cilindros, comprobar carburadores… “Tiene que ser la bolla, ahora cena bien, descansa y mañana a las 9 estoy aquí para ayudarte. Solo funciona el cilindro derecho”
Pero todo puede ir a peor. y en este caso no solo para mí. El tipo, no podía ir a la mañana siguiente y así me lo confirmó Emil. “No tienes mucha suerte… se ha roto una pierna, está en el hospital y no podrá venir mañana” Una putada para aquel pobre hombre… aquello si era una putada, no la moto. Sabiendo que todo estaba bien montado y que con un solo cilindro, la moto iría bien… decidí, por todas aquellas personas que tenían ilusión en que continuase, intentarlo con un solo cilindro.
A la mañana siguiente y con Xabi, el de Vitoria, al telefono, me dijo… “¿Has tapado el agujero de la llave vieja?” No, no lo había hecho. Y ahí estaba el problema desde el minuto uno. Le entraba ahí oxigeno al carburado y no iba bien. En aquel momento pedí disculpas al ingeniero, a los muertos, al del matutano, y a todo el portal de Belén, porque el único energúmeno e inútil… era yo.
Tapados los agujeros, no los del banco, los de la llave vieja, y todo listo… salí… Y no fallaba. Pingú no tosía cual curandero pasara sus manos sobre ella. Ahora sí que sí. Salí tarde porque también puse los cable para cargar la batería al revés y reventé el fusible, y para dar con el… fue otro ratazo.
Y salió “Don cojones” rumbo norte sin que nada fallara, tan solo una parte de cerebro… mierda sí. Los puños calefactables no iban. Debía de haber cortado algún cable con tanta bricomanía. Menos mal que a 175 kilometros, ya en tierras finesas, estaba mi colega Javi Navarro, que casualmente la empresa lo había mandado allí para el mantenimiento de unos molinos, un par de días antes. Así que allí me quedé, entre españoles y descansando del ajetreo de los días anteriores. Solo tenía 2 días para llegar a Nordkapp, antes de que finalizase el invierno y… ¿900 kilómetros? Sí. El GPS, me mandaba por una ruta más corta… Pero la carretera estaba cortada en invierno. La cosa se ponía fea, porque sobre hielo, en el caso de que algún día llegara y teniendo por clavos unos tornillos… Aquello no pintaba muy bien. Me despedí de los chicos, los cuales me invitaron a una cena que me supo a gloria, ducha, un buen dormir y litro y pico de cerveza, prometiendo que si volvía sano y salvo… Había que celebrarlo. Salí a buena hora, pero tuve que parar al ver que las primeras placas de hielos eran más y más extensas. Decidí poner los clavos, en el arcén de aquella carretera. No fue buena idea por varios motivos. El frío no me permitía trabajar en condiciones. Y en caso de pinchar una rueda no era el mejor de los lugares. Pero sobre todo, porque después de dejarme los cuernos poniendo clavitos, aquella placa de hielo no duró más de 20 kilómetros, dejando los clavos chatos un poco más al norte, con la desastrosa a consecuencia, de que cuando volvió el hielo y ya con la luna como testigo, estos no hicieron su función y se me fue la moto a unos 80 kilómetros horas. Fue en un cambio de rasante. Era una buena cuesta con su buen porcentaje de inclinación. Toda helada. Se fue primero de atrás hacia la izquierda mientras de mi interior salió un “¡¡aaaah!!” igual de descontrolado que Pingu. La cual imaginé con los faros más grandes con mueca de susto. Luego a la derecha y luego perdí tracción delantera, dando con mi cuerpo en el suelo y deslizándome por aquel hielo a una velocidad vertiginosa. La mano, el hombro y la cadera fueron los principales puntos de apoyo. Parecía una pastilla de hockey sobre hielo. Miré si alguno de esos vehículos que me habían puesto la retina en los tobillos a base de lamparones, pensando que era un coche bizco, venía de frente, pero la oscuridad me dijo que no. Pude arrastrar querido lector, unos treinta o cuarenta metros paralelo a un quitamiedos el cual se encontraba escondido bajo un manto de nieve. La moto quedó mirando del revés como un perro apaleado que no quiere ir donde le dan los palos. La oscuridad y el silencio. La luna iluminando la nieve y un pitido en mis oídos. Empecé a reirme “Que guay, me he caido y no me ha pasado nada… chica hostia has pegao cojonones” Me quité el casco el cual tiene una luz trasera y lo usé para señalizar mi obra de arte desparamada por la carretera. Conseguí levantar la moto mucho más rápido de lo que imaginaba, quizás motivado por el momento. La arranqué y no porque estuviese sembrada, sino apagada y todo parecía ir bien. Le ofrecí un cigarrito a Pingu, me lo negó, me senté en le quitamiedos, que tanto miedo me dio en mi patinaje artístico y comencé a reír como un imbécil, quizás fruto del nerviosismo.

Continué en busca de algún lugar donde bien poner la tienda, donde bien no sé… Poder sentarme. Un lugar con luz, un pueblo, una gasolinera… Algo!
A los 130 o 150 kilómetros… Un pueblecito. Busqué una gasolinera para llenar el tanque y pillar calor. al final del pueblo y a 300 metros de la frontera con Noruega, concretamente en Utsjoki había un bar y un bar, tiene más recursos que una farmacia. en los bares se juntan las profesiones, las experiencias, los sabios y algunos carajotes… Y es que en los bares hay de todo. En este había 4 borrachos, una joven una guapa camarera pero plana como un palaustre, y yo vestido de astronauta. Al entrar, el calor me recordó que me había pegado un carajazo a 80 km/h y la muñeca dijo “hola que tal”
Me pedí un café a esas altas horas de la noche en Finlandia. Las 8 de la tarde. Al rato entraron unos tipos, bastante grande uno de ellos y se dirigió a mí. “¿Es tuya la moto que está fuera?”Confirmé sonriente pero no se contagió de mi sonrisa… Y prosiguió con la misma seriedad… ” Tu estás loco. Muy loco” me espetó con menos expresión que un gato de mármol. Se pidió una cerveza “Uxi Kalia” (Mi hijo es Fines aparte de Gaditano y algo entiendo) Y le trajeron medio litro de Kalia y me di cuenta que no era la primera. “¿Quieres una?” Yo estaba tan golpeado ese día que tenia dos opciones… una que me golpeara el alcohol, o que me pegara el finés por la negativa… aún así se lo agradecí pero no acepté. De pronto el tipo empezó a parecer una persona en vez de un muñeco del museo de cera. Hablamos de motos, de motos y de más motos. Era la semana que más hasta los cojones estaba yo de las motos. A la conversación de las motos, llegaron otros participantes. Yo les soltaba alguna que otra palabra en fines y se sorprendieron que un español supiese y entendiese algo de su lengua. Terminé cantándoles una nana que le cantaba a mi hijo de pequeño en su lengua materna, por supuesto después de toda la antología de pasodobles de Antonio Martinez Artes y Juan Carlos Aragón… lo que viene siendo carnavales… el caso, que me los metí en el bolsillo. Primero por ser el “Español loco de la moto” y segundo por la nana en Do menor. Me invitaron a dormir en su casa. “La casa de los colegas” como decían ellos. Una casita en aquel pueblo fronterizo, la cual usaban en vacaciones, ya que Viviana en ciudades como Helsinki o Tampere.
3 horas más tardes y quinientos veinticinco vasos más de cerveza, nos fuimos a la casita. Yo me quería morir del cansancio, pero tuve que aceptar dos cervezas de medio litro antes de dormir. Al siguiente día, tenia que revisar la moto y hacer los 350 kms que me llevarían glorioso a Cabo norte…. De los cojones.
Revisando los clavos, sacando los gastados, tres de ellos habían pinchado la rueda y era el propio clavo el que sostenía, sujetaba, aguantaba el aire en su interior. Así que me disponía a realizar el tramo más duro de esta aventura del modo menos adecuado. Para redondear el día, una fuerte tormenta y vientos de más de 100 kilómetros horas cubría mi destino. Solo faltaba dar positivo en un test de embarazo. De nuevo, salí tarde. Fue cruzar el puente y la nieve copaba la carretera. La rueda trasera se iba si no tenía tacto con el gas. Fui avanzando poco a poco hasta que me alcanzó la noche. El viento jugaba conmigo como lo hacen los niños con las hormigas. Los coches me tiroteaban a fogonazos en su confusión al creer que era un coche tuerto. El viento sonaba dentro del casco en forma de pitido intenso. Y a 50 kilómetros del famoso Cabo Norte, la moto empezó a fallar. Pensé que quizás sería de ir tan lento. ¡Yo que se! Me paré al arcén por dos motivos; no veía y quería meter tres acelerones para quitarle la tontería a esa moto que no quería llegar… y funcionó. Poco a poco fuimos avanzando. En medio de aquella tenebrosa noche, la cual los finlandeses intentaron evitar que viviese, teniendo más cordura que el español. Pero era el último día del invierno y lo habíamos pasado mal los últimos días. Bastante mal. Había desmontado un carburador unas 5 veces sin necesidad, había soportado en las gasolineras a aquellos larguiruchos y blanquecinos guiris y sus putas clases de español “dos serversar por favor” Había mucha gente empujando y dos hijos a los que dar ejemplo. Seguí luchando como marinero experimentado, mientras la última gran ola acecha para arrebatarle su tesoro. Triceps, biceps, cuello, muñecas y manos…. dedos. Todo me dolía. Concentración y en la distancia luces. La antesala de Nordkapp en forma de túnel. Sí, un túnel con una puerta… cerrada. Paré la moto entre interrogantes mientras blasfemaba. Al lado un cartel que ponía “Nordkapp Tunel 6 mil y pico de metros”… Pero con una baraja echada como el culo de algunos camiones. Miré arriba y una enorme roca me miraba a mí. “Por ahí no Fernando, antes partes la puerta… habrá que esperar” En ese momento me acordé de lo bien que se está en un bar de Cadiz. De sus tapitas y sus medias raciones. Mientras hacia el gilipollas, un coche se acerco y pregunto con el pulgar en alto que si estaba bien. Le dije que sí pero que la puerta… el tipo continuó y el túnel al detectar su presencia se abrió, o el tío era el que tenía el mando de dicha puerta, lo cual me pareció improbable. Me monté en la moto y entré en el túnel. 6 kilómetros… Y pico. Pero tenía una duda… Lo carteles decían que Nordkapp estaba a 31 kilómetros y mi gps, que a 6. Tras pasar el túnel llegue a Honningvåg, pero había establecimiento que decían que yo estaba en Nordkapp, y una carretera que me mandaba a Nordkapp. ¿Te he dicho que no preparo las rutas? Entré en una gasolinera. Llené el tanque y pregunté a unos chicos que llegaron en un coche que cuanto se tardaba en llegar a Nordkapp. “Está cerrado ahora. Mañana a las 11 y a las 12 puedes pasar” Mierda… no lo había conseguido. Mañana ya era primavera. Mañana no era invierno. Con un contacto que me pasaron pero que no puedo atenderme, me pasó un albergue. 35 euros la cama por noche. hice una reserva por internet y la idea era ir al Nordkapp, sí o sí y al volver meterme en el albergue. De camino, le volví a preguntar a una señora, que en medio de la noche paseaba al perro. ¿Nordkapp? Pregunté. “Esto es Nordkapp… el pueblo está cerrado” Yo no entendía un carajo, pero una lucecita me vino a la cabeza en una situaciones parecida en Cadiz. Recuerdo que un Moro me preguntó que si aquello que pisaba era Cádiz, le dije que no, que era San Fernando… El tipo me dijo si estaba en Sevilla. Le dije que no, que estaba en San Fernando en la provincia de Cadiz. Aquello le valió al Moro, como a mí entender que después de cruzar el túnel, ya estaba en Cabo Norte y que el pueblo de Nordkapp estaba 25 kilometros más al norte, por lo tanto me di por satisfecho, sobre todo al saber que el pueblo de Nordkapp es simplemente una atracciones turística, la cual cuesta unos 23 Euros por cabeza. Me negaba hasta allí.

Fe fuí camino de Nordkapp (atracciones turística), sólo para encontrar un cartel donde hacerme la foto. Sentí que lo había conseguido. Y sentí que una aventura a la cual le había faltado el respeto en cierto moto. Se había ido complicando más y más. Bien por desconocimiento, por no saber de mecánica, por dejadez… pero si algo he aprendido de esta ida, es que no hay que dar nada por hecho, aceptar los errores, a luchar, a saber recibir con sorbos los beneficios de la constancia y no bajar la guardia, porque hoy te ríes y en una milésima los demás lloran.

Después de dos días arreglando la moto, decidí ir a la bola que hay allí para hacer la foto. Fue una odisea, pero llegué… y tardé tanto en hacerlo, que cuando hubo que pagar… ya no estaba el de los tickets y eso que me ahorré.

Pero esto no se queda aquí… ahora hay que volver y enteros. Después de las tres noches, unos 105 euros, solo quedan unos 320 euros y hay que llegar a Cadiz… Empujen SOIS MI GASOLINA, y recuerden que esto no es mira lo que hago es mira lo que puedes hacer tú.

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