He oído muchas veces que no hay que enamorarse de las cosas materiales. Me parece lógico. El problema es cuando algo aparentemente material se convierte en sentimientos y cuando hay sentimientos, la cosa deja de ser “cosa” porque los sentimientos son importantes y las cosas importantes no son cosas. Algo parecido ocurrió con aquella moto que compré hace un par de años en Alaska.

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Aquella kawasaki klr del año 2004 y que como ya sabéis, hice dos panamericanas y Alaska – New York en el invierno más frío de los últimos 50 años o del siglo como me decían algunos. Os podéis imaginar que cantidad de experiencias he vivido con esa roja moto. Chilitrini, que así la llamamos entre todos, se ha convertido en una parte muy importante de mi vida. Chilitrini costó 2000€ y he hecho con ella unos 74.000 kilómetros en todos los escenarios posibles. Solo, acompañado, desiertos de sal y de arena, calor extremo y frío extremo también. Chilitrini no deja de ser una máquina sin sentimientos pero ha sido capaz de hacerme sentir.

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Finalmente y gracias a la empresa Espa Cargo que me la ha guardado durante tres meses en New York y me ha descontado algo de dinero para ayudarme, Chilitrini llegará a España este mes Julio o Agosto. Con la venta de camisetas conseguí sacar unos 140€ y aunque el precio es de unos 1100€ más trámite en el puerto que puede ascender a 500€ más aparentemente puedes pensar que no es rentable… pero cuando hay amor verdadero no se utilizan las matemáticas.

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Lo sé, es una moto. Una moto que como en los matrimonios basados en el amor, no se habla de dinero ni se guarda a escondidas de la pareja los cuartos, preparando una posible separación cuando se supone que todo va bien. Cuando vuelva a ver la moto, soy consciente que mil momentos pasaran por mi cabeza y espero que sea así hasta el fin de mis días. Explicar junto a ella a mis hijos lo que un dia fuimos capaz de hacer juntos. Contarle a mis nietos que un día cambiamos lo imposible por lo difícil y que pocos creían en nosotros y así, que entiendan que todo es posible en esta vida siempre y cuando se quiera de verdad.

Lo sé, es una moto. Una simple moto. Una simple moto a tus ojos, una compañera a los míos. Aquí no valen las matemáticas para justificar traerla y pegarme hasta diciembre asfixiado. Una moto vieja y cansada pero fiel como el primer día. ¿Volveré a viajar con ella y seguir agrandando el mito de Chilitrini? Pues no lo sé. En esa moto han estado las manos de Dave, las de Jason, las de los chicos colombia y muchísimas manos más. Quien sabe, quizás aún no solo está para contar cuentos junto a ella y aún pueda viajar mucho más. Nada es imposible. Ni tan siquiera amar a una máquina.