Todos tenemos un “Magiver” dentro, escondido, aparentemente aletargado esperando a que surja la clara y monumental oportunidad para salir a la luz y poder demostrar al mundo sus altas cualidades para solventar un problema concreto. Ese señor que vive dentro de nosotros (y es un señor sea cual sea la edad que tengas) siempre está diciendo o recordándote que si tuviese la herramienta tal o pascual solventaría un problema en cuestión de segundos; “Si yo tuviese aquí una radial… si yo tuviese aquí una llave de tubo del 12”  siempre quejoso aparece por la esquina de la conciencia con un rollo de cinta americana, tres presillas y cualquier super pegamento que después resulta no ser tan super. Como he dicho anteriormente todos tenemos uno y si aún no lo has visto en tu cabeza, no es que no lo hayas visto, es que quizás no lo recuerdes pero créeme que lo que es estar está. Depende la vida que lleves o que te haya tocado e incluso también depende de donde vivas en el mundo, tu “Magiver” se verá más o menos activo. Yo por como he vivido mis aventuras de tieso hubo una época en la que lo veía casi a diario y estando viviendo aquí he de reconocer que también lo veo a menudo y por lo tanto en mi caso si que os lo puedo describir con gran lujo de detalles.

Sin querer extenderme mucho os puedo decir resumidamente que el mío siempre está cansado. Imagínalo arrastrando unos pies calzados en botas de caña baja y manchados de escayola, llegando 5 minutos tarde, sin apenas energía y los cordones suelto porque están muy lejos. En su mirada puedo ver que le importa poco o nada ser despedido ya que sabe que eso si no ha ocurrido ya, es imposible de que ocurra. Sabe de sobra que no es capaz de adquirir más conocimientos, lo ha intentado e incluso ya no repite lo de “Si yo tuviese aquí una radial… si yo tuviese aquí una llave de tubo del 12” porque una vez calló en sus manos en el momento que las deseaba en voz alta, pero no supo que hacer con ellas quedando en una bochornosa inesperada situación que para su destrozo moral fue pública. Lleva camisa a cuadros estilo leñador desabotonada sobre una camiseta de algodón interior blanca con trazos sombríos de chapuzas anteriores. Barba de cuatro días y aunque tiene un palillo en la boca también luce un cigarrillo en mano. Es lento y resopla demasiado. Se tira pedos sonoros pero que no huelen. Lo hace siempre del mismo gesto; Levanta un poco la cadera derecha y lo deja en libertad mientras me mira a los ojos fijamente con una leve sonrisa que le levanta el palillo. Casi siempre suelta la partitura al son de su trompeta después de terminar un trabajo. Es su seña de identidad.  

El “Magiver” que llevas dentro no entiende de sexo y se encuentra tanto en hombres como mujeres, es solo una cuestión de necesidad para que salga a la luz aunque a veces solo sale en los supermercados, bueno…. más que en los supermercados me refiero a esas tiendas de ferretería estilo “Leroy” o en el pasillo de los coches del Carrefull / Pryka. Ahí el “Magiver” que llevas dentro se puede convertir en un comprador compulsivo y no te digo ná si el cabrón ha estado viendo un video de Yutuve. En un principio lo dejas hacer la lista de la compra pero a sabiendas que en el primer corte de la primera cruceta de ángulo “X” se dará por finalizado el intento para luego llamar a tu cuñao Juan o a tu primo Paco, con sus Magivers correspondientes) para que te eche un cable (Todo esto después de ver el video del Yutuve 14 mil veces y decidiendo al final que el carajote del video no lo ha grabado bien provocándome un perjuicio considerable en la sala de los egos) 

NO HACE MUCHO…

Los ingenieros de Etiopía que cortaron todos los cables.

No hace mucho, bueno… casi un año, hubo una conversación entre mi Magiver y mi Angel de la guarda. Fue concretamente en Etiopía y más concretamente aún saliendo desde Addis Adeba. Yo había estado con mi Magiver durante una semana más o menos trabajando codo a codo para arreglar el sistema eléctrico de mi Yamaha XT 500 del 81. Con la ayuda de internet descubrimos que el modelo de mi moto era un tanto especial, ya que solo se elaboraron durante un par de años en Inglaterra y lo sabía porque sobre la tapa del filtro del aire había tres sutiles puntos por marca que los diferenciaba del resto de modelo, lo cual también cambiaba el sistema eléctrico de la moto. Durante aquella semana mi Magiver más que un Magiver como he definido antes, parecía un ingeniero. Se vino arriba e incluso hubo días en los que aparte de su ropa de leñador, aquello vaqueros dos tallas más y esas botas con restos blancos de escayolas, se puso una batín blanco impoluto y para mi sorpresa traía gafas en armazón negro, libreta y bolígrafo en mano. Fue una semana intensa en la que reconstruimos o mejor dicho reconectamos todos los cables que habían sido cortados anteriormente en un taller especializados en motos pequeñas e intentar sacar lo máximo posible a todo desgraciado turista que cayese allí. (Según se mire se puede llamar supervivencia) 

La conversación entre ambos llegaría más tarde. Después de una semana atascado, donde estaba más cerca el abandono que la continuación de la aventura, pude continuar y salí de la capital de Etiopía como salen los toros en los encierros, y si no te ha gustado esta comparación por tu amor a los animales, también podríamos compararlo a como salen muchos casados en las cenas de empresas o en su defecto en una despedida de solteros. (He vivido en Conil, he visto de todo) 

A solo unos 60 kilómetros vi la posibilidad de adelantar a un camión por la derecha, concretamente por un caminito que había que aunque un tanto húmedo parecía ser bastante firme. El caminito en cuestión tenía un buen tramo de piedras y mientras realizaba mi estúpida e innecesaria maniobra, alguien, porque tubo que ser alguien quien pusiese esa enorme piedra en medio del caminito, el cual se encontraba casi en equilibrio para mantener la horizontalidad junto a un pronunciado desnivel color verde que pintaba la falda de la montaña… el caso es que me la comí. Me la encontré casi por sorpresa, demasiado tarde para reaccionar y con la posibilidad real de terminar muchísimos metros rodando colina abajo. Abrí gas y aunque la moto saltó la primera piedra, la segunda que fue la que no vi… no la saltó y en ella fue a dar con la cabeza. De estar en vertical a estar en horizontal puede ser cuestión de centésimas de segundos. Todo se volvió blanco con el impacto. No sé el tiempo. Sólo recuerdo no saber exactamente en que país estaba mientras me preguntaba el por qué había tantos negros alrededor. “¿Yo no tenía que ir al Mercadona?” Me pregunté al volver al planeta de los vivos. La moto, que no hubo querido arrancar durante una semana, ahora no se paraba. La rueda trasera giraba con fuerza demasiado cerca de mi pierna y en un momento de lucidez agarré desde el mismo suelo el embrague para que esta parara. La gente que pasaba en sus coches a ritmo de tortuga por culpa del camión que yo intentaba pasar me miraba desde sus coches mientras creí que preguntaban si necesitaba ayuda “No sé… yo acabo de llegar” les respondía sonriente aun inconsciente de la sangre que brotaba de mi rodilla y codo después de que la ropa quedara desgarrada por aquel tipo de roca cortante. 

Me levanté como se suele hacer en estos casos en los que la hostia ha sido buena pero no dramática. Miré si estaba todo en su sitio y levanté la moto con esa fuerza extra que no sabes que tienes hasta que la necesitas. Una vez comprobado que estás entero comienzas mirar como ha quedado la moto y no sabría decirte en que momento exacto se produjo el encuentro entre mi Angel de la Guarda y el Maguiver que llevo dentro. Creo que fue cuando yo estaba mirando por la parte del motor, concretamente en la salida del tubo escape. Me di cuenta que había sufrido un impacto justo en la curva dejando la salida de gases en algo menos de un centímetro holgura. “¡No me jodas!” Me dije irremediablemente y al levantar la cabeza me encontré al Magiver en su versión más reventada, más desaliñado que nunca y con el cansancio por cara mientras que a su lado y mirándome el codo, rodillas y el casco roto por el impacto a un Angel de la guarda rubio de ojos azules y el rostro de Enrique San Francisco con una botella de cerveza en la mano y cigarro colgando en boca y aunque ambos tenían el morro ocupados se dio aquella conversación que definió al dueño o recipiente de ambos. Al ver el tubo escuché decir a mi Magiver decirle a mi Angel:

  • ¡Uff! 

Luego me percaté de mi sangre y vi como mi Angel le decía a mi Magiver

  • ¡Fó!

Y cada uno se fue lentamente y difuminándose con el todo y cada uno por su lado.