Jamás olvidaré aquel momento. Ha sido un secreto que he ido guardando dentro de mí por diferentes motivos, siendo el respeto por una familia el primero de ellos. Lleva dentro de mi cabeza unos 10 años y quizás ahora sea el momento en el que os pueda contar que pasó aquella noche en el desierto de sal más grande del mundo. Yo venía haciendo la panamericana de Norte a Sur y fue en Bolivia, concretamente en La Paz, cuando recibí la desgraciada noticia de su fallecimiento. Maxi era un peluquero de Madrid, un rockabilly especializado en hacer tupés de fama nacional. No tenía redes sociales ni las quería. En su peluquería se podía fumar y los litros rulaban de un lado a otro entre sus clientes. No tenía publicidad pero era famoso en el mundillo. Siempre sonriente en su peluquería sesentera contaba sus historias mientras por los altavoces no faltaba rock ´n´ roll proveniente de un vinilo y me flipaba la idea de tener un coche teledirigido para distracción de la clientela. Le encantaban las motos y fue en una de ellas en la que perdió la vida. Me dijo que lo más importante para mi viaje era el cómo iba a pintar la moto. Me descojonaba con sus ideas. Era un cachondo y hasta para irse de esta tierra eligió el día de los inocentes. Cosas de la vida, la causalidad o casualidad lo hizo en un hospital que llevaba el mismo nombre del lugar donde yo me encontraba. “La Paz” aunque no hay mayor guerra que la que se genera en los sentimientos cuando una persona querida se va por sorpresa. Su hermano, ha sabiendas de nuestra relación se puso en contacto conmigo para darme aquella trágica noticia. En su memoria puse su número favorito en mi moto aunque sin la destreza que él merecía. Pensé que jamás volvería a verlo pero no fue así.

 

Pasaron los días y decidí visitar el Salar de Uyuni. Un lugar que se preveía mágico y punto obligatorio para cualquier persona que pasase por allí. Pensé en ir al hotel de sal que se encuentra internado en el salar y que es famoso porque cerca de el hay una circunferencia que luce banderas de todos los países. Una vez allí y mientras tomaba un café bochando el mapa genérico del GPS, a ojo de buen cubero me percaté que estaba a un paso de Chile y que quizás podría improvisar un cruce aquel mismo día. Era buena hora y en tres horas podría estar en Llica y de allí a Chile. 

Sabía que a penas llevaba agua pero era solo una linea recta. Un poco de chocolate y medio litro debían de ser suficientes para llegar al otro lado. Fue el precio de 5 euros por la botellita de agua lo que me hizo tomar la decisión de salir con lo que tenía. Pregunté antes de salir y las personas no me recomendaban en absoluto que me fuese sólo por aquellas rutas avisándome de que era la ruta de traficantes de tabaco y coches robados. “Con no parar será suficiente” me dije.  

Aunque no había carreteras, la rodadura de los coches parecía bien marcada y solo debía seguirla hasta un supuesto cruce y allí seguir recto pero no contaba conque una tormenta de arena me impediría ver a más de 15 metros, temiendo que uno de esos 4×4 que llevaban a turista a diferentes lagos de la zona, me embistieran por cualquier lado. ¿Me debía quedar quieto o continuar poco a poco? Decidí lo segundo y no me preguntéis que tiempo pasó hasta que la visibilidad volviese de nuevo, lo importante es que volvió. A lo lejos podía ver una especie de montaña, e imaginé que allí debía de haber un pueblo que costeara el mar de sal, pero aquellas montañas no parecían acercarse nunca. Las placas de sal comenzaron a romperse bajo mis ruedas obligándome a ponerme de pie mientras intentaba controlar la moto, la cual parecía quejarse por su falta de suelo. Comenzó a perder velocidad a medida que se clavaba en el leve barro que soportaba una cada vez mas fina capa de sal. Bajaba marchas pero el peso de mi equipaje y la viscosidad de lo que ahora era lodo hicieron que parara la moto finalmente. Al poner el pie en el suelo este se clavó hasta el tobillo. La rueda estaba clavada a la altura del plato y la escena me hizo sonreír porque ya estaba metido en otro berenjenal. ¿Cuanto tiempo llevaba andando de pie sobre la moto clavando la rueda? Miré hacia atrás y pude ver el cerco que había dejado la rueda en el horizonte que era como una serpiente eterna. Anduve alrededor de la moto buscando un lugar más duro y más cercano de donde me encontraba por el cual poder escapar. La moto parecía cada vez más hundida y aunque distaba mucho a arenas movedizas, el desconocimiento y la imaginación hicieron el resto. Quería salir de allí lo antes posible. A más de 4.000 metros de altura el oxigeno es mucho menor y si a eso le añadimos que fumaba, la ecuación se hace sola. Tiraba de la parte trasera de la moto a medida que esta se iba tiñendo de aventura. Después de un duro trabajo la conseguí sacar y volver a poner en pie, el problema era que una vez listo para volver por donde había venido, ya que me parecía lo más inteligente, la moto no quería arrancar. No había manera y comencé a notar como la batería comenzaba a perder fuerza. Kawasaki Klr 650 sin pata de arranque, si se acababa la batería estaba perdido… de manera doble; En la situación y en el mapa. Pero finalmente arrancó y cuando has salido de eso te replanteas todo de nuevo y la idea de volver se desvanece y decides volverlo a intentar. Abrí lentamente gas y la rueda lentamente volvió a clavarse de manera sutil e incluso insultante. Con mucho tacto y bajándome y empujando la moto conseguí sacarla mientras notaba que se me salían los pulmones por la boca. 

Una vez en tierra dura eché un vistazo al mapa genérico. Tenía poca pila pero me valió para darme cuenta que durante la tormenta de arena me había desviado hacia el Oeste. Decidí que tenía que bordear la zona aunque la oscuridad parecía avanzar debido a un sol que parecía tener sobrepeso. 

Erré y la moto comenzó a clavarse de nuevo. Pasaron horas. Estaba exhausto y el agua se había reducido a un culín aunque paradójicamente lo que me preocupaba de verdad era que apenas me quedaban unos 4 cigarrillos de liar. No había manera de sacar la moto de allí y pensé que lo más acertado era comenzar a montar la tienda y ver las cosas desde otra perspectiva al siguiente día. Antes de que oscureciera del todo paseé por las inmediaciones buscando huellas, alguna piedra para poner bajo el neumático…. Pero fue en vano. Aquello me relajaba porque si no había huellas quizás no sería el camino de los traficantes aunque deseé que llegase quien fuera para que me echara una mano. 

El cielo se fundió con el suelo en la oscuridad de una noche sin Luna, al menos no la recuerdo. Recuerdo un cielo infinito cargado de estrellas como nunca había visto jamás. Era un 5 de Enero, noche de reyes y sobre mi mente sobrevoló la idea de que quizás no volvería a ver a los míos y que como regalo a la familia les iban a entregar mi cuerpo en una caja si acaso me encontraban. Había escuchado hablar de personas que habían desaparecido en el salar al intentar cruzar ha chile. El silencio era ensordecedor y la escasez de plantas, árboles a mi alrededor hacían del lugar un lugar muerto. El frío era la otra cara del calor que reinaba durante el día. Pensé en hacer un fuego pero aunque una parte de mí quería ayuda, otra me pedía no llamar la atención en la oscuridad de la noche, la que oculta a maleantes. “Mañana muy temprano hay que salir de aquí y te vas por donde has venido” Hablaba conmigo mismo en voz alta como si mi yo interior hubiese salido a conversar conmigo cara a cara. Me tranquilizaba saber que el “Spot” estaría marcando mi posición en el mapa, aunque no tenía seguro para dar un aviso, alguien podría estar viendo donde estaba en caso de no salir de allí. Recuerdo tocar el techo de la tienda en la oscuridad de la noche y este se iluminaba con el paso de mi dedo debido a la electricidad estática provocada por los minerales sobre los que dormía. Saqué una brújula que recordé llevar en un llavero y pude ver como estaba loca. No marcaba. Quería dormir pero el miedo o quizás la incertidumbre no me dejaba y entones ocurrió. 

Me incorporé en la tienda tras su llamada. “Al final no pintaste la moto como te dije” y comenzó a reír. “¿que haces aquí?” Le pregunté extrañado aunque con una sorprendente calma a sabiendas que estaba muerto. “Pues ya ves… acompañándote a dar un paseo. Mira… que he estado pensando y creo que deberías de usar la cuerda que llevas en la maleta, la cuerda roja y ayudarte con ella a salir de aquí.” Dijo sin pestañear Maxi. “¿Pero dónde la amarro?”  Dije sorprendido buscando una respuesta. “No hombre. Haz una cadena con ella. Amárrala al rededor del neumático y tendrás tracción” Me explicó aunque tenía mis dudas “¿Pero no se enredará con la cadena?” “No hombre… abraza el neumático, como si fuese una serpiente y no enganchará. Queda por dentro. Y no te preocupes que mañana sales de aquí” Sonrió y lo siguiente que noté fue mi cuerpo incorporado mientras jadeaba. “¡Es verdad! ¡Tengo una cuerda!” Y para mi sorpresa el brillo del sol ya daba comienzo a un nuevo día. Me puse a ello de inmediato y lo de la cuerda funcionó a la primera. 

No me lo creía a medida que la moto salía mientras que en mi cabeza veía la sonrisa de Max que me había dedicado horas antes. Lo sé, quizás fue sólo la representación de mi subconsciente el cual no había parado de pensar e incluso cuando yo dormía, pero lo recuerdo como si lo hubiese visto. Nunca le conté a su familia, hasta ahora, lo que había vivido aquella noche, quizás por respeto. Fue algo tan íntimo y real que tampoco había la necesidad de expresarlo y menos aún que pudiese parecer una frívola manera de usar a una persona ya desaparecida. Fue tal la experiencia, que tú, mi hijo te llamas Uyuni por aquello que sucedió en su día. Informándome antes de ponerte dicho nombre investigué sobre él y Uyuni significa. “Lugar de pensamiento” o “Lugar de concentración” Y fue allí donde junté, concentré a tus hermanos en la noche de reyes. Teniendo en cuenta que es un lugar maravilloso, y que algún día te preguntarás porque te llamas así, espero despertar en ti al aventurero que todos llevamos dentro y decidas conocerlo por ti mismo.

https://youtu.be/wL2JNCIzzEI Te dejo el video de aquello.