La vuelta de Nordkapp la llamaremos “El Deshielo” que fue como en su día, mi amigo Don Solaris, denominó la fiesta en Brooklyn después de hacer Alaska – New York en aquel invierno, el más frío del siglo.
El día amaneció luminoso. Con el reflejo de toda la nieve que había por todos lados, podríamos decir que, demasiado luminoso. Los clavos de la rueda trasera se habían convertido en estúpidas e inútiles chinchetas, las cuales no agarraban lo más mínimo al blanco asfalto. Un poco más de gas y la moto se torcía como el cuello de la madre del Rey. Al final le pillé el truco y consistía en relajarme muscularmente y gradualmente adquirir la velocidad necesaria… 50 km/h 60 máximo… El paisaje, el cual había pasado a oscuras la noche del día 19, bajo una gran tormenta de nieve y viento, se tornó precioso. Nunca supe que andaba junto al mar. Una maravilla visual, que aunque extremadamente brillante, no molestaba a mis ojos. No había viento. No nevaba y una sonrisa se dibujaba en mi rostro, simplemente porque estaba disfrutando. Lentamente e hipnotizado por la postal fui avanzando, pero de pronto… la moto comenzó a dar tirones, a venirse abajo hasta que se paró. El marcador indicaba 143 kilometros y mi vagancia por cargar antes de salir, convirtió este día maravilloso, en una nueva aventura dentro de la aventura. Abrí el tanque y no tenia gasolina. Interpreté que mientras arregle la moto, el tiempo que permaneció arrancada por las mañanas…. se había tragado la gasolina. “Gran cagada” pensé.
Apeado en aquella carretera bajo aquellas rocas que miraban al mar, esperé que alguien pasara. Afortunadamente no fue demasiada la espera. Una chica en una furgoneta paró, preguntó y metimos la moto… y a mí, en la parte trasera. Estaba todo oscuro pero pude sacar “el frontal” para poder iluminar y así evitar el mareo que me estaba entrando con tanto traqueteo. Cuando se abrió la puerta de nuevo, saqué la moto cegado por la luz en una gasolinera. Le di las gracias, la intenté invitar a café sin más proposiciones que tomar café, me lo negó y se fue para siempre como lo hace un cubito de hielo en el microondas. Cargué de gasolina y continué. Mi intención era llegar a Tornio con Javi y los españoles, pero las intenciones a veces se escapan de las realidades. Me negaba a que se me hiciese de noche de nuevo y ya eran dos motivos claros; El paisaje que me perdía y los peligros que el manto oscuro guarda.
Llegué a Karajock, un pueblo noruego fronterizo, a 20 kilómetros de Finlandia. Aun era temprano pero algo me decía que no continuase. Hacía mucho frío, quizás de los más fríos vividos hasta la fecha. En aquella gasolinera, con el tanque de nuevo lleno, comencé a buscar contactos de Couchsurfing, búsqueda de albergues… Lo más barato que encontré por la zona, eran unos 60€ por una noche, lo cual no me podía permitir. Couchsurfing esta muy bien, pero la realidad es que necesitas un tiempo para que te acepte alguien… pero nunca se sabe. “Algo pasará” pensé, porque siempre pasa alguien. Por estas fechas, ver una moto y más aún, esta moto con su matrícula de España, despierta la curiosidad. “¿En eso?” era la respuesta cuando les contaba mi periplo. Un hombre llegó, preguntó, volvió a preguntar, se extrañó, flipó y decidió ayudarme cuando le expliqué mi situación. “Tengo un amigo que tiene un albergue por aquí” Pero yo había visto el precio de los albergues por la zona y hoteles… pero querido lector… no todo está en internet. “Dice que tiene un sitio donde te puedes quedar, yo te invito, también soy motero pero de verano (risas) Cuesta unos 30€ y puedes ducharte y lo que necesites” Y allí que fuimos, a tan solo unos metros de la gasolinera, lo cual agradecí. Aquella noche hizo frío pudiéndose catalogar como “Un frío del Karajock” llegando a unos -20C° A la mañana siguiente, la moto no arrancaba ni de broma. Me levanté a las 7 y no pude salir hasta las 11:30, lo cual jode mucho, por lo menos a mí. Tenía una gran tirada hasta Tornio, concretamente Kukolankoski, donde me esperaban los Españoles. 700 kilómetros que con frío y nieve en algunos tramos, también hielo, hicieron que pareciesen 2000. Me atrapó la noche y los coche me lanzaban las largas dejándome cegato. La gente no se espera que detrás de una luz haya una moto, sino un coche “tuerto” y su manera de avisar es lanzar las largas en modo de aviso pero que parece de venganza o yo que sé. “Tu puta madre, me cago en tus muertos, ojalá te mates, hijo de puta…” fue el repertorio más repetido en aquel tramo oscuro y cegador.
Llegué a Kukolankoski y los chicos me esperaban con varios litros de cerveza y buena comida; pollo y bicho, porque nunca nos aclaramos si era ternera o cerdo… pero estaba delicioso. Mi estómago estaba cerrado a la comida y es que los últimos días había comido bastante poco, pero la cerveza entraba estupendamente.
Estuve dos noches allí y para ganarme la tercera, el dueño de aquello, que es un complejo turístico en realidad, tras ver varios de mis videos, me dijo que si quería quedarme una noche más teníamos que grabar un video en su playa. Y eso hicimos. Cogió una motosierra, hizo un boquete en el hielo, y tenía que meterme en ese agua que se encontraba a 4C°. Dolió, pero mereció la pena. Si os soy sincero mi ecuación fue la siguiente… “la gente paga por esto y yo lo tengo gratis… hay que hacerlo” Millones de agujas noté al entrar lentamente en el agua, fruto del encogimiento de las venas, al salir a temperatura ambiente, que aunque era frío aún, notabas calor. Luego dicha caliente y notar como el cuerpo se relajaba de un moto brutal.
En aquellos días pensé en quitar los clavos de la moto, ya que no hacían nada ahí, y tampoco eran necesarios por carreteras principales, pero al quitar uno de la rueda delantera, estaba soportando un pinchazo… y era el primero en quitar, así que interpreté que la mayoría estaban pinchando la rueda.
Me despedí de los chicos y del www.nordicsafaris.com el cual recomiendo, aunque no se cuanto puede costar por noche, pero se que la mayoría de los que hacen este viaje, vienen con más pasta que yo y aquí tenéis muchas actividades, tanto en verano como en invierno. Mi siguiente destino Luleå. Allí me esperaba Emil, el cual me había ayudado a la ida y ahora lo haría a la vuelta. Emil disponía de garaje con compresor, herramientas… Y era una oportunidad genial para mirarle lo de las ruedas, pero mi sorpresa fue, que aquellos 170 kilómetros que nos separaban, se iban a convertir de nuevo en una semi pesadilla.
La moto empezó a fallar. No, esta vez no era gasolina. El macarrón goteaba. Abrí, coloqué, cerré huecos de la llave vieja… Pero seguía fallando. A trompicones llegué a Luleå.
Al día siguiente había que arreglar todos mis problemitas… Pero era fiesta y todo estaba cerrado. Estuve varios días en casa de Emil y también con su amigo Mark, el cual me llevó a un taller para el tema de la rueda delantera ya que la trasera, aunque lisa, no estaba pinchada milagrosamente. Le coloqué una cámara 11€ y el montaje mas equilibrado 20€ mas y por 31 € me quedé tranquilo. Apreté manguitos de nuevo sin percatarme de ninguna desgracia extra, monté la rueda delantera y me creí autosuficiente al ver que no se caía y que frenaba. Era la primera vez que en una aventura hacía tantas cosas yo mismo a una moto y la verdad es que está siendo de lo más didáctico.
920 kilómetros me separaban Luleå de Strägnäs, donde vive mi hijo. El paisaje se fue derritiendo a medida que avanzaban los kilómetros. El blanco dejó paso aúna hierva marrón tu quemada que esperaba con ansia el núcleo de la primavera, cuando el sol está más horas que la noche y cuando brota la vida. Una novia desecha a la cual le han quitado su traje de bodas minutos antes de la ceremonia. El día estaba gris y llovía intermitentemente. Triste se volvió todo sin nieve… Pero seguro a su vez. Todo iba perfecto hasta que a 50 kilómetros de la casa de mi hijo… La moto volvió a entrarle arqueadas como si no quisiese volver a España algún día. “Puta” grité. Paré la moto y en ese momento empezó a caer el diluvio universal. Iba a llegar con luz de sobra… pero un “Karajock” para mí. Me encontraba en una gasolinera de esas que nadie te atiende y que lo haces todo con la tarjeta. El manguito volvía a gotear, al tocarlo con la mano, un chorro de gasolina con la presión de la meada de un niño con el pellejo “pa´trás” calló sobre el motor, evaporándose a medida que el líquido inflamable burbujeaba sobre el caliente metal. Me cagué. Cerré la llave del grifo y me separé. Sonó a filete en sartén muy caliente. El manguito estaba roto. Cortado. Corté por ahí y me percaté que también estaba cortado por el otro lado. En vez de manguito, tenía manguitoito. Difícil de trabajar con el, finalmente pude colocarlo. Arranqué y pedí que aguantara los últimos 50 kilometros de los 920 que me iba a chupar ese día. La lluvia no amainaba… justo lo contrario. Empezaba a oscurecer y no veía un “Karajock” me percaté que solo me funcionaba la luz larga. Ahora sí tenían motivo para lanzarme las largas. La lluvia pasó a granizos y el casco lleno de mierda, por dentro y por fuera, solo me permitía conducir con la pantalla mirando al cielo. “Clack, Clack, Clack…” se escuchaba en casco. Si hay un dios ahí arriba, aquella noche estaba borracho y me estaba tirando los hielos del cubata. Para completar los últimos 50 kilómetros de aquel dia que empezó, más o menos bien… un bicho con alas se estampó en mi cara, que mi pregunta es… que coño hacía por ahí volando con la noche tan mala que había.
Y llegué a Strängäs, por fin. Cuando me dirigía a casa de mi hijo, en el restaurante chino de su amigo pude ver su rubia melena de reojo. Paré la moto y pero no el motor. Giré la moto y solo disponía de la luz larga. El chico quedó deslumbrado intentando ver de dónde provenía aquella luz. No me veía. Quité la luz y sus ojos alumbraron más que la única lámpara de mi moto. Salió corriendo y jamás podré olvidar ese momento en el que gritaba “Es mi papá, es mi papá” Salió del restaurante corriendo hacia mí lanzándome los brazos. Jamás olvidaré la reacción de ese chiquillo… Jamás. Aquello fue la pureza del amor sin condiciones. El amor verdadero. Hacía mucho tiempo que no sentía una mirada así, tan pura y real. El corazón me dio un vuelco y la razón se anuló. 920 kilómetros en aquella vieja moto, en un solo día… como si tuviese que hacer 100 mil para volver a sentir lo que mi hijo me hizo sentir…. los haría sin duda.
Y desde aquí os escribo. Desde Strägnäs, donde disfruto de mi hijo, a la vez que me dedico hacer mesas con mi ex suegro para poder ganar algo de dinero y poder comprar una rueda trasera y poder echar gasolina y así poder llegar a España. Sin prisa pero sin pausa… Esta aventura a de continuar. Os sigo contando. Sois mi gasolina.
Aventura preciosa y del carajo pa’ arriba… en español.
Final feliz como el de las buenas películas.
¡Oscar para el búfalo, ya!.
Me encantó eso de que te bañaras en el hielo. Un gran campeón del mundo de ajedrez (algo más tranquilo que tus aventuras, aunque te garantizo que por dentro del cuerpo también las hay) lo hizo:
https://www.youtube.com/watch?v=vAhtMKhvG1A
Un abrazo desde Tenerife.
Te seguiremos siempre!!.
ANGEL JIMÉNEZ ARTEAGA
Gracias búfalo!!
Saludos.