Demasiadas veces es demasiado tarde.

Fue hace dos días aunque podría haber ocurrido un día cualquiera, como suele ocurrir con los días que jamás olvidarás.  

Me levanté como cualquier día sobre las 5 y media de la mañana, me preparé el café mientras la familia pululaba sobre sueños desconocidos. El olor a café ya era una realidad mientras que frente a mis ojos nacía el único Sol que habrá habido un 6 de Agosto de un 2023. Lo hacía con fuerza después de que sus antecesores emergieran opacos por las nubes, brindándole así unos destellos de aluminio al inmenso mar indico que parecía despertar conmigo frente a mis agradecidos ojos. Estaba realmente ilusionado porque después de bastantes días sin olas, el pronóstico auguraba un suave viento de tierra y unas generosas ondulaciones enviadas como regalo por Neptuno. 

Como esta ola funciona con marea baja y aún quedaban varias horas para ese punto, me fui a correr después de varias horas escribiendo. Ya en casa estuve con mi hijo jugando a la vez que entrenando. El pacto antes de casarnos fue muy claro: Las olas no avisan ni esperan ni están ya inscritas en el calendario, así que día que hay olas, día que papá desaparece inevitablemente. 

Llegada la hora me fui a la playa. Las lineas llegaban desde el infinito generando unas olas perfectas de buen tamaño que parecían cerrar el mar como si fuesen cremalleras. Sentí el nerviosismo normal que se siente cuando sabes que vas a disfrutar pero a sabiendas que hay riesgos claros de torcer la mueca de una sonrisa a la de la tristeza en cuestión de segundos. Bukowsky dijo una vez “Quien tiene miedo, tiene imaginación” y yo tengo mucha. 

Cogí la tabla pequeña, que es nueva y aunque no era la mejor para aquel tamaño, sabía que no todo era la tabla y que estaba en mi en remar muy fuerte y tener el arrojo de saltar al boquete sin miedo cuando llegara el momento. Mirando al mar mientras estiraba me decía que no tenía nada que temer. Que ahora estaba más en forma que nunca, que dejara de imaginar que me partía el cuello allí y que lo más normal es que disfrutara en vez de que me matara. Tampoco eran unas bombas demoniacas, pero cuando uno tiene consciencia y certeza de lo que hay abajo de ese mar y de las consecuencias de un error, es inevitable acordarse de los hijos, de los que quieres y de que hay juegos peligrosos que nos atraen y que nos atraen por el propio peligro. Cuanto mayor margen dejemos al azar, mas morbo da. 

Salté desde la piedra y esperé mi turno como es la regla no escrita que tenemos aquí. “El que llega se espera aunque al saltar desde la piedra lo coloque a uno primero en el pico” Es una cuestión de respeto que muchos turistas, quizás por desconocimiento, no respetan. 

Después de un rato me llegó el turno. Era muy grande para tan poco surfista y tan poca tabla… pero era mi turno. La grandeza de mi surf no se encuentra en mi gran ejecución de maniobras como surfista, sino que la grandeza de mi surf viene de que intento disfrutar pillando mis olas a mi manera y me importa un carajo bien gordo lo que opine un juez de surf. El surf para mi es una religión, no un deporte, era Domingo y estaba en mi iglesia. No recé pero sí que remé la ola con decisión. Hay un punto en el surf a la hora de remar que si la ola no te ha llevado quizás sea mejor intentar abortar a misión. Eso sí… como dudes puedes terminar escupido por la ola como si te hubiese lanzado una catapulta. Me encontré en ese punto y me dije… tarde para frenar… ¡Ahora! Y sin ver prácticamente la pared de la ola salí proyectado por esta como un misil. Mi pequeña tabla era una bala mientras que veía como se formaba frente a mi una enorme pared curvada en su altura. Algún colega gritó al ver la imagen que yo debía estar proyectando para los demás. Era muy rápida. Me agaché y metí mi mano dentro de la ola para frenar e intentar que el labio que formaba la masa de agua me envolviese para intentar así meterme en lo que llaman “la habitación verde” Llegué a estar dentro quizás un par de segundo y conseguí salir de ella… para luego volver a entrar y volver a salir intacto. Cuando me di cuenta habían pasado unos 100 metros de ola, encontrándome ya en la playa siguiente. La ola terminó con un bombazo a mis espaldas y yo con agua por las rodillas. Salí de aquella situación incómoda, me senté en la tabla y aprovechando la soledad que me había brindado la distancia recorrida, comencé a llorar de emoción. Casi 5 años después, el lugar me recordó por qué me enamoré de él en su día. Miré a mi alrededor y la naturaleza me ofreció el turquesa de su mar, el verde entrelazado con el amarillo de las dunas y para decorar aún mas el momento una ballena pareció saludar a unos metros de mí. Todo aquello siempre había estado ahí y la rutina, los problemas cotidianos, una pandemia, varios pequeños desastres económicos desafortunados, mi apatía por “h y por b” me habían difuminado la visión como lo hacen los días nublados. Fue un día de surf inolvidable.

Volví a casa caminando ya que el coche después de echarle 1000 euros, seguía averiado. Me di cuenta que echaba de menos ese paseo andando que antes hacia en coche por el simple echo de llevar varias tablas en caso de ser necesario o porque a veces después de surfear hacía la compra o por lo que fuere… lo hacía en coche. Pensaba en mis cosas sonriente y feliz hasta llegar a casa. Le comentaba a Alice lo bien que lo había pasado y como estaban cayendo aquellas olas. También hablamos de que había escuchado que piratas del siglo XXI estaban pensando en montar un complejo cerca del pico de donde yo venía, lo que suelen llamar “un proyecto” que es la palabra favorita de las ONG ya que con la excusa del “proyecto” aseguran que van a “Ayudar” a los locales, cuando lo que realmente quieren es ayudarse así mismos y sus cuentas corrientes. La única ayuda es que estos se vayan con su mentalidad occidental capitalista a su occidente capitalista, donde los valores de lo realmente importante brilla por su ausencia. 

Mientras hablábamos de nuestras cosas y en uno de esos paréntesis que hacemos los humanos y aprovechamos para echar un vistazo al teléfono, pude ver en Facebook una foto de la casa de mis padre con un gran fuego detrás. Debía de ser el pino que había detrás de ellos. Llamé directamente a mi padre. Tardó en coger el teléfono pero lo cogió. Era una video llamada y en la pantalla apareció mi padre con una mascarilla, lo cual ya parece obsoleto, y un poco agitado. Efectivamente la parte trasera de casa de mis padres estaba ardiendo y con la manguera que hay en casa estaban apagando el fuego. La gente se quejaba de la tardanza de los bomberos, lo que la gente no sabía es que había otro focos activos por varias zonas más.

Foto vía Facebook

Foto de José Manuel Navarro https://www.facebook.com/josemanuel.navarro.3914

 Desgraciadamente no sólo era el pino que había detrás de casa de mis padres, sino todo el parque completo estaba ardiendo. El parque que daba nombre al barrio y a títulos que daban nombre a momentos de la infancia, adolescencia y de adulto. Me crié en la barriada de Las Canteras. Siempre estuvo ahí para el pueblo, para nosotros e ignorada por los mismos, porque aunque ahora nos apene mucho, seamos honestos, suele ocurrir cuando ya es demasiado tarde, la dejamos abandonada. No había paseo por las canteras en los que no te encontraras basura por allí esparcida, especialmente si te salías de los caminos principales. No es una cuestión de política, que también, pero es una cuestión de civismo; Hablar o pensar en voz alta ahora es tarde, podría resultar hasta deleznable a 8.000 kilómetros, pero me recuerda la “muerte” de Las Canteras a la de alguna persona que un día fue famosa o parte de un momento de nuestras vidas, la cual muere abandonada en una residencia y sin visitas pero que en el día de su muerte todos muestran su amor. Parece ser que siempre es demasiado tarde. 

Todos tenemos un tesoro cercano creado por la naturaleza y lo único que se me ocurre como solución, es que lleguen generaciones que valoren más un paseo por la naturaleza que estar sentado en el sofá con unas super gafas 3D simulando un paseo por la naturaleza y eso, está en la educación que debemos dar a nuestros retoños hoy, para un mejor mañana. Habría que incluir en la filosofía barata de Facebook no sólo “Hay que vivir como si fuese el último día de tu vida” sino que también podríamos decir “Vive en armonía con lo que te rodea, porque lo que te rodea puede dejar de hacerlo” 

Lloré. Lloré por mi padre que siempre pasea junto al parque hasta llegar al “ El Catalán” a tomarse un cafelito. Lloré de pena porque al igual que con los miedos “Quien tiene mucha imaginación, es capaz de ponerse en lo peor” y me imaginé aquello totalmente pelado. Las fotos y los videos que emergían en internet tampoco no auguraban nada bueno. Hablé con Roberto de Viajo en Moto que de esto entiende un montón y me dijo que probablemente el verde volvería en dos o tres años pero que ese tipo de pinos tardaría entre 20 y 30 años dependiendo de agentes externos y las futuras lluvias. Imposible no imaginarte con esos años más. Yo tendré en el caso hipotético de que llegue, 73 años cuando todo vuelva a ser como antes, mis hijos 53, 45 y 30… mis padres probablemente no vuelvan a verlo como el parque los vio crecer. 

En su día la naturaleza me hizo llorar dos veces. Dos veces en las que tuve que dar las gracias y luego pedirle perdón. Está claro que somos el cáncer del planeta; lo vamos devorando todo inconscientes de que alimentándonos del cuerpo de manera desproporcionada terminaremos destruyendo el lugar donde habitamos y con ellos nuestra existencia. Somos las termitas de nuestra propia casa. 

Foto de José Manuel Navarro https://www.facebook.com/josemanuel.navarro.3914

Dar las gracias a todos esos vecinos que con más corazón que medios hicieron de bomberos improvisados jugándosela por nuestro ahora maltrecho pulmón de la bahía. (Que parece ser que nos hemos enterado de eso un poquito tarde también) Ojalá se recupere lo antes posible y termine de expulsar lo que hoy tose. Yo me refugio en mi ignorancia para hacerme creer que esto al final habrá valido como tirón de orejas y que ojalá sea revivido antes que esos 20 o 30 años. Aprendamos de lo efímero que puede ser todo.

Suerte, salud y libertad