Estoy en pelotas en mi casa. Me encuentro sentado en el sofá observando algunos cristales en el suelo y recordando que ayer no barrí bien un desgraciado vaso que dejó de serlo. Oigo motos rugir en la calle mientras una tristeza inunda mi pequeña pero coqueta morada… que tampoco es mía realmente porque estoy de paso por aquí temporalmente, como lo hago en esta vida. Ayer, como durante este mes, desde que llegue, la gente curiosa me detiene por las preciosas calles gaditanas para preguntarme si soy “el de la moto”. Soy el de la moto, sin moto. Tengo dos motos; una en New York y otra sin motor, lo que se suele decir… “Es como tener un primo en Graná que ni tiene primo, ni tiene ná”
Que el campeonato del mundo se celebre a unos 65 kilómetros de tu casa alquilada es un privilegio y tambien una putada si no tienes moto y te siente motero, motorista o como queramos llamarlo. Veo a pie todas esas máquinas y os puedo garantizar que son muchas este fin de semana, mientras meto mis manos en los bolsillos y un escalofrío recorre mi cuerpo acompañado de una añoranza que se me antoja extrema. Lo sé, es sólo una moto. Por no tener no tengo ni coche y la combinación entre Conil y Puerto Real o el Puerto o Jerez, son realmente nefastas en autobús.
Necesito una moto. Necesito esa sensación al abrir gas mientras el cuerpo parece irse en lo físico y síquico. Necesito ese viento acariciando mi rostro creyéndome que soy libre aunque no sea realmente cierto. Echo de menos llegar al Puerto de Santa María o Jerez y ver a toda esa gente feliz, compartiendo una afición rugiente sobre sus máquinas.
Imposible no recordad cuando de pequeño, quizás con diez u once años me escapaba con mis amigos a un puente salvaba el autopista, a ver las motos pasar mientras soñaba que algún día yo podría ir en mi montura como lo hacían aquellos mayores. Recuerdo como a la edad de quince o dieciséis, después repartir pizzas durante la tarde noche, salíamos en nuestras motos de 49 c.c a Jerez sin complejos llegándonos a juntar unas veinte motos, por un arcén oscuro y con unas caras de felicidad que jamás olvidaré.
Son muchas las sensaciones que me faltan al faltarme una moto. Sensaciones que se acentúan en estos días del mundial y de la fiesta de la moto. La verdad es que estoy triste y es por ello que estoy en pelotas, aquí sentado en el sofá de esta pequeña pero coqueta casa de Conil, mientras sigo escuchando a esos caballos de metal rugir por sus calles. Solo me queda decir a todos, como cuando me escapaba al puente que salvaba la autopista… Bienvenidos a todos los moteros al espectáculo de las motos.
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