Le tenía asco por todo lo acontecido, no te lo voy a negar. Ya sabes, esa sensación que al igual que con las personas, si no  ha empezado bien, lo normal es que la relación tienda a desviarse aun más hasta que dicha relación queda en el pasado como un momento concreto sin ninguna importancia, turbio en el recuerdo. Pero también es de humanos dar segundas oportunidades aunque con la edad la fe se reduce irremediablemente. Que buenos tiempo aquellos en los que la ignorancia de la juventud nos hacía libres. Quizás ese sea el secreto: vivir como si no supiésemos de nada y lanzándonos sin medir las posibles consecuencias por el simple hecho de no conocerlas. 

Haciendo un resumen, me compré esta motillo con mucha ilusión pero parece ser que nos engañaron y asumo parte de la responsabilidad, aunque realmente al que engañaron fue al mecánico que fue conmigo, pagando yo las consecuencias en moto mediante tarjeta bancaria y peor aún de manera anímica. La moto tenía en el carburador un palo de cerilla que presionaba un filtro de un cigarro para que no le entrase aire y poder andar la moto. La moto tenía 1.000 kilómetros cuando la compre y por arte de magia al llegar a casa eran 10.000. La moto parecía flamante pero ya no sabía que cojones había comprado. La motillo me quemó una pierna el segundo día y para colmo de todo, se tardó un mes en hacer los papeles, después de desistir de meter el caso en la policía, ya que la tienda del pirata nigeriano, se encuentra a 70 kilómetros de casa y conociendo el país, podrían estar haciéndome ir una y otra vez durante meses hasta resolver el caso, que ya era más una cuestión de ego que otra cosa. 

Con todo esto, he usado la moto mínimamente por aquí e incluso quedando parada  por días, algo insólito para alguien que deseaba con fuerza tener una moto. Es triste cuando una ilusión se convierte en una tortura. Lo chungo de estas cosas es que cuando lo acumulas a otras como que haya salido ardiendo la carpintería donde estaban tus ventanas y puertas, que la electricidad al terreno donde estamos construyendo un sueño, no llega porque quieres hacer las cosas de manera “legal” y no acortando camino mediante mordidas y así con mi dignidad por delante durante 3 meses, al final pasas al otro lado y empieza todo a importarte un carajo, a perder la fe en las personas, a aceptar que no es posible la adaptación aquí siendo blanco… y un día explotas y metes en el saco de hijos de puta a todo lo que te rodea sin miramiento. Es un taladro silencioso que te va agujereando hasta que te das cuenta que es demasiado tarde. 

Pero dejando los dramas de blanquitos a un lado, el otro día, un mes después, me llegó la documentación. Aún sin matrícula, y con la realidad aprendida de que ni yendo tan legal voy a ser mejor persona, me decidí salir a dar un paseo “largo” con esta “moto de mierda” porque fue exactamente así como la llamé. Si me paraba la policia llevaba seguro y documentación “¿Y la matricula blanquito?” Si esto llegaba a ocurrir —Toma 3€— Y al carajo, que ya hemos aceptado que no vamos a cambiar el mundo. 

Una mochila con una toalla y un bañador. “¿Donde vamos?” —Donde sea—

Me monté en la moto y salí de casa. Hay varios kilómetros hasta el asfalto. Cuando este llegó le abrí gas. Es curioso que la velocidad de crucero de esta Big Boy 150 c.c sea la misma que la XT500 del 81 que tenía. A 80 km/h la motillo iba bien, teniendo en cuenta que no iba cargado. Sí, por supuesto que le faltaba fuerza pero andar andaba. Luego apreté un poquito más y a 110 vibraba un poquito, pero cierto es que aún le quedaba alma por exprimir. “¿Entramos en una pista?” —No creo que sea buena idea pero… ¿Por qué no?— No te quedan más cojones que entrar por una pista si quieres llegar a otras playas. Entes de entrar decía claramente en un letrero “Only 4×4 1.8 BAR” Al principio entendía que solo podías ir en tu 4×4 y que a casi dos kilómetros estaba el BAR, aunque luego, cuando dejé de beber, ya no veía eso, sino que 1.8 BAR era la presión que aconsejaba el cartel, para las ruedas y ese tramo. 

Entré en la pista y era una pista clara que fue tornándose a roja. Bastante dura aunque luego comenzó a tener lagunas de arena de playa hasta que el camino le dio sentido al cartel de la entrada. Iba entre primera y segunda marcha. La primera para iniciar y cuando tenía un poco de estabilidad y con cierta dificultad metía segunda. Lo ideal era ponerme en pie en la moto y aguantar la bajita “Big Boy”, entre mis piernas para facilitar la conducción, pero al ser tan pequeña me faltaba moto y tenía que ir con las piernas demasiado flexionadas. Aún así conseguí dominarla colocando mi cuerpo más atrás del asiento y jugando mucho con el puño. “25 km Praia…” Vi en un cartel. Miré la velocidad. 30 km/h quizás 25. —¿Tienes prisa? No. Pues ya sabes— Exigía mucha concentración ya que tenía que ir mirando y anticipando sobre lo que me ofrecía la pista. La moto a veces iba sufriendo en segunda y había que bajar a primera. Parar significaba volver a empezar. Había que encontrar ese punto en el que no puedes ir muy lento porque caes, ni muy rápido por lo mismo. 

Joder, poco a poco conseguí llegar a la playa, una hora después, pero llegué a la playa. Y tenían un bar cafetería donde a un dominguero motero  disfruta el doble de su café. Aparqué la moto sobre un palo y me senté tras pedir la cafeína. Me quedé mirándola mientras pensaba que quizás necesitábamos otra oportunidad. Al fin y al cabo me había llegado hasta aquella playa y luego más tarde lo haría a otra por un camino igual de difícil, donde cabeceó un par de veces pero nunca mandándome al suelo. Todo aquel barullo que fusilaba mi ego con respecto a la compra de la moto, pareció olvidárseme. Sonreí. Aquella era mi moto. Sí, una 150 que me trajo por la calle de la amargura, pero que ahora solo veía que tenía un motor de arranque y me permitía parar para escuchar el silencio y absorber el sitio. Una moto que gastaba menos de 3 litros a los 100 yendo a la misma velocidad que mi antigua XT500 vieja que gastaba unos 7 litros. Una pequeñita moto que si había que cogerla en brazos era posible y aunque estaba más cerca del “Toys r us” que de un concesionario. Y ya sin comparar, por 1000 euros tenía las sensaciones que tanto echaba de menos. Conocí personas, otros lugares que aunque cercanos, nuevos para mí. A la vuelta la llegué a poner a 120 y para mi sorpresa, aún podía más pero la calidad de la carretera convertía la prueba en un peligro innecesario. 

Cuando volvía a casa con los tríceps cargados y felices, contaba lo que había pasado aquella mañana como los niños que vienen de jugar de la calle, al menos antes era así. Feliz y atropellando las palabras porque son tantas las cosas que tienes que contar que no quieres que nada se quede en el tintero. A veces no te das ni cuenta que quizás a la otra persona le importa un carajo lo que le estas contando. Y entonces, después de analizar las 4 o 5 horas que has echado por la mañana en la moto, comienzas a fantasear con la real posibilidad, de que con esa moto puedes hacer la África Austral sin ningún tipo de problemas e incluso la vuelta al mundo en caso de ser necesario y por supuesto y por descontado, que esa moto llegaría a España. 

Quien ya me conoce, sabe que soy a partes iguales sensible y bruto a la vez. Como un borrico llevé la moto por aquel camino “Only 4×4” y como una magdalena lloré por ello. Santa medicina que hizo y ha hecho que los problemas se relativicen dentro de mi cabeza. Consciente de que no sólo se puede mirar arriba y frustrarse por no llegar, también no está demás mirar abajo y ser conscientes que también se puede caer muy bajo y tener problemas de verdad, especialmente cuando llama un médico con unos resultados no muy buenos. Esos si que son problemas. Y de repente un paseo en moto hace lo que no hacen las pastillas a largo plazo. Puedes estar andando en moto o haciendo cualquier actividad que realmente amas y nunca acostumbrarte, cansarte de ello, y disfrutando cada vez lo haces. ¿Cómo he podido estar un año sin andar en moto? Pues lo que me pasa siempre; Me pego el viaje de la muerte durante meses, llego totalmente reventado y con una moto ilegal a casa y lo único que deseo es andar y tener una moto para todos los días pero nunca llega. Nunca ha pasado, hasta ahora. —“los tonos grises bufalito, los tonos grises… ni blanco ni negro”— 

No os lo voy a negar hasta donde llegó el punto de adversidad con el país, que incluso detuve de un día para otro el proyecto de hacer rutas por aquí. Sí, me cabreé con el mundo. ¿Lo retomaré? Pues creo que sí y quizás ayer en el paseo en moto fue cuando lo decidí. “Poder viajar por estas maravillas con otras personas y tener la excusa perfecta para salir 15 días por ahí. Hay que hacerlo picha… hay que hacerlo” Cierto es que se te quitan las ganas después de comprar una moto y semejantes problemas, como para tener que hacer los mismo con 5 o 10 motos… me crea una sensación similar a la de estar en las faldas del Everest en pelotas y que te obliguen a ir por el mechero que se te ha olvidado arriba. No sólo eso sino que en casa nos planteamos muy enserio irnos una larga temporada sin fecha de retorno a otra parte del mundo, cualquiera donde dejen a una mozambicana y un español  con su hijo mulato sin demasiada burocracia ni quebraderos de cabeza. No existe semejante lugar. Lo hemos aceptado. Da igual donde vayamos, siempre uno de los dos se sentirá “el extranjero”, el observado. No pasa nada, ya lo hemos superado aunque da para una novela este modelo de relación. No podremos arreglar el mundo. No podré cambiar la temeraria manera de conducir en lineas generales del país, ni la burocracia, ni la corrupción (ni la de aquí ni la de allí) Ni tampoco la ineficacia policial, ni la corrupción de las ONG… pero ahora sé que tengo una moto en la puerta de casa que me hace la vida más feliz. Y eso no tiene precio, ni marca, ni cilindrada. Bienvenida hija de la gran puta.