Querida Cadi, el otro día y en otras aguas que no conoces porque es otro mar el que baña Mozambique, un chico se me acercó remando con su tabla y me preguntó sonriente que si yo era el de Cádiz. Que si era tu hijo y le dije que sí, que sí por supuesto. Tras la lógica pregunta de como había terminado aquí, me hizo una pregunta que no dudé en responder en un segundo. ¿Echas de menos Cádiz? Y con la misma seguridad que en mi respuesta anterior le dije que no. Se quedó sorprendido, sus ojos abiertos como platos me lo chivaron. En ese momento llegó una ola y tras disculparme la pillé y mientras la surfeaba pensaba en lo vil felón que había sido con mi propia tierra. Efectivamente la ola no había sido muy buena por lo que el retorno al pico no demoró mucho. El joven, que luego me dijo tener 23 años, alegre y rebosante de vitalidad, ya sabéis de que tipo de personas me refiero, insistía. “Bueno… esto está muy bien pero Cádiz… no sé. No es que hayas cambiado una ciudad por esto… no sé” Yo sonreía porque lo entendía a la perfección, cosa que era imposible en su caso si yo no le daba una explicación más exhaustiva de mi rotunda respuesta.

“Cadi, o Cádiz como la llamas tú es tan enorme de tantas cosas que es imposible echarla de menos” Sus ojos esta vez me contaron que no lo entendía pero que sabía que había algo entre lineas que se le escapaba. Yo tenía una ligera sonrisa pintada en mi rostro “Y cuando te hablo de Cadi no me refiero sólo a la tacita de plata, sino que me refiero a toda la provincia” Le decía aunque realmente y para mis adentros yo sabía que me refería a Puerto Real, Conil, un poquito de El Puerto Santa María, otro poquito de Jerez, de Algodonales e incluso me acordé de Cantaranas. Zahara de los Atunes y aquel verano. Los Caños de Meca, la belleza de sus pueblos blancos, la subida a Vejer y sus preciosas calles, y por qué no decirlo la tranquilidad que avanza cuando llega Septiembre. Su mar en calma y el oleaje que se levanta un día antes de que salte el levante, que aunque odiados por muchos, también se estima por la limpieza que hace de aire y de gente. En aquel segundo que las imágenes de mi tierra sobrevolaban la mente mía, también recordé la ruta a Puerto Gáliz y la venta que lleva su nombre, que si algún lector se pasa por allí, mándele saludos de mi parte y dile que volveré. En ese instante mientras el chico me miraba esperando una aclaración, las gaviotas, sus poetas, los carnavales y el abrazo que se da el Mediterráneo con el Atlántico en la falda de Tarifa. Los Domingos al Estadio con mi padre, cualquier terraza con cualquier amigo y que bien caen uno churros con chocolate por la mañana…. “¿Si es tan enorme como no vas a echarlo de menos?” Dijo sorprendido por la incomprensión de mi respuesta. A lo que le contesté sin que entre los dos apareciera una cara seria en ningún momento. “Porque Cadi es tan inmensa que vive dentro de mí y por ello no puedo echarla de menos. Mira a tu alrededor. Aunque tu no lo creas esto para mí es Cadi; Cuando llegan los ciclones digo que ha saltado el levante. Cuando me intentan cobrar el doble en le mercado por ser blanco, normalmente cuando alguien no me conoce y piensa que soy turista, le suelto un “Teskiyapúi” o un “Ojú que bastinaso” y le digo que el Guiri es él y todo se encauza con una mijita de arte. Ya lo dijo Carlos Cano lo que pasa es que por aquella época no había google maps y se lió con el mapa; “Tofo es Cadi con más negritos, Cadiz es Tofo con más salero y comiendo langostas, te puedes llevar el mes entero” o algo así.
El chico se reía y probablemente ni conocía a Carlos Cano. Confesó que a sus 23 años no había visitado Cádiz, que lo que conocía de Cádiz era por internet y le dije que se saliera del agua si no quería que le diese una paliza. Más risas. “Ya en serio… ser gaditano es la mayor de las fortunas que he tenido en mi vida. Si nacer es ya de por sí un milagro, hacerlo en Cadi son dos.” De nuevo esa conexión entre dos personas selladas con una sonrisa de complicidad. Entonces me preguntó… “¿Y piensas volver?” lo miré y le dije… “Tú no te ha enteráo de ná picha. Yo siempre estoy allí” Le guiñé un ojo al chavalito y le avisé que venía una ola. El chico la pilló y me volví a quedar solo. Miré a mi alrededor. Miré al cielo. Hice un cuenco con mis manos, lo llené de agua y me enjuagué la cara como si mis lágrimas fuesen negras y yo quisiera limpiarlas de mi rostro. “Quién sabe picha, quién sabe”
Yo sí que echo de menos a Cádiz. A Cádiz y a aquellos rincones del mundo, no muchos, en los que tuve la fortuna de recalar. Aquellos lugares que me aportaron una pequeña descarga de felicidad. También a aquellas personas que me aportaron algo, aquellas personas que me ofrecieron su ayuda desinteresada y me sacaron de un ´marrón´ de el que yo, en ese momento, era incapaz de salir. También echo de menos los lugares que pude visitar prestados gracias a que alguien se ofreció a mostrármelos, a las personas que alguien me presentó y que pude conocer a través de sus vivencias. Incluso echo de menos a ´muerte´, con su guasa gaditana y sus lecciones de vida, aunque parezca una incongruencia. Y echo muchísimo de menos a los Cádiz que vendrán, con sus sensaciones, vivencias y buenas personas y sobre todo echo de menos esos ´chispazos´ de felicidad con los que, a veces, la vida nos sorprende.