Y la idea de vender los cuadros en en aquel restaurante y ya con las fotos impresas y enmarcadas, me pareció un poco excesiva en gastos y lo dejé como plan “B” Decidí colocar la moto en uno de los puntos mas concurridos de Strägnäs, junto a las 6 fotografías, junto a un cartel que decía básicamente “Necesito vender estas fotos para comprar la rueda trasera y poder volver a España” La vergüenza, la que me queda, me alejó de la zona mientras veía la reacción de la gente al pasar. Aún era temprano pero algunos viandantes aminoraban el paso para mirar las fotos, miraban a su alrededor preguntándose por el dueño de las mismas mientras este los observaba. La familia llegó y me ayudaron a romper la barrera lingüística con los vecinos. Les explicaban en sueco mis viajes y de qué parte de África eran las fotos. 8 horas más tarde ya estaban vendidas. Había conseguido 500€, alimentado mi autoestima y empecé a creer en que mi habilidad innata con una cámara era real y eso se corroboró, cuando me propusieron una exposición en la biblioteca de Strägnäs para el próximo verano, eso sí, gracias a la madre de mi hijo.
Sintiéndome rico, me dispuse a buscar una rueda trasera para la moto y no arriesgar en mi futuro periplo. Busqué tiendas de ruedas en internet por la zona. Los precios me parecieron disparatados pero baratos teniendo en cuenta que mi vida es la que estaba sobre ellas. Entre en la tienda de Berna Racing como última oportunidad para hacerse con los neumáticos. Allí un Italiano, Marco, me miró un tanto sonriente y extrañado. Había oído de mí mediante las redes sociales. Tras una grata charla sobre batallas, rutas realizadas, aventuras y desventuras… Decidió regalarme una rueda delantera que tenía por allí en buen estado y poco uso. “Ahora vamos a ir a la tienda de un amigo a ver si tiene alguna rueda trasera”
No tenía ninguna para regalarme pero sí una que podía dejarme a buen precio. 115€ y aunque estaba caducada desde hacía un par de años, a mi me valía. Era más de lo que tenía pensado pagar y muy barato a lo que mi familia supone que vale mi vida… así que me la llevé.
Ya tenía las dos ruedas gracias a esa idea de vender los cuadros y al buen corazón de Marco de Berna Racing, ahora solo tocaba montarlas. Lenny, el amigo de Mianna, la madre de mi hijo, me dijo que conocía a un tipo que tenía un pequeños taller en su propia casa y que se dedicaba a ello. Lo llamó y dijo que me cobraba 50€ sin factura y 70€ con factura. Querido lector, ya sabes que preció elegí mientras pensaba en “los papeles de Panamá”
Lenny iba en la furgoneta y yo solo tenía que seguirlo. Mi sorpresa fue, cuando arranqué la moto y esta, la cual le había cambiado todos los manguitos y dejado, lo que yo entendía como perfecta, empezó a tirar gasolina por cubo donde está el filtro del aire. Ya entendía un poco y me dije… “La boya… gilipollas” No me lo podía creer. De nuevo problemas con el carburador. Que ya entendiese de donde venía no quitaba que fuese un manazas, que lo hubiese sido anteriormente y que probablemente lo seguiría siendo. La desesperación se hizo tangible y visible, cuando Lenny me vio jurar en hebreo y sin entender una palabra, el tono lo decía todo. “No te preocupes, la llevamos en la furgoneta” Pero si me preocupaba cambiar las ruedas, la cual una ya había costado 110€ gastar 50 euros más, con la sensación y las reales ganas y haciendo cuentas de que podía volverme en un avión con el dinero que me quedaba y dejar la moto alli en un garage de la familia y volver con mas dinero. Finalmente la subimos a la furgoneta. Cambiaron las ruedas y nos fuimos directos a casa de su amigo el cual entendía, y mucho de mecánica.
Al llegar multitud de proyectos de grandes cilindradas en una de esa especie de cabaña roja convertida en taller personal. Un lamborghini, motos de varias cilindradas y tamaños, quads hechos por él en su orden personal. Pontus se llamaba aquel joven de 30 años decorado por multitud de tatuajes. No sabía mucho de Ingles, así que Lenny fue traduciendo los síntomas que yo había percibido en los últimos días.
Volví a desmontar el carburador, lo limpiamos, aseguramos todo lo asegurable y volvimos a montar. Esto que cuento en una línea fueron un par de horas. La moto parecía ir bien… Pero solo eso ya que de camino a la casa, la moto volvió a tirar gasolina. Abatido mentalmente, pensé en abandonar seriamente la vuelta en la moto. Llegué a buscar vuelos y a pedir permiso a la familia para dejar la moto allí hasta el verano. Al día siguiente y tras poder descansar me decidí dar otra oportunidad a esta aventura. A mí y a mi orgullo. Pontus estaba dispuesto a volver a echarme un cable con Pingu. Metimos la moto de nuevo en la furgoneta de Lenny, la primera cagada fue que al bajarla, habíamos roto uno de los faros adicionales que le había colocado. Desmontamos y ahora sí, más minuciosamente estuvimos mirando el carburador, las agujas, los flotadores y todos esos conductos que un genio creó una vez para que la gente se moviese por el mundo en sus vehículos. Después de varias horas y pruebas, conseguimos hacer que la moto fuese perfectamente. Estaba claro. Después de tanto montar y desmontar el carburador había movido las palestinas que sujetan la aguja, provocando la catástrofe y los calentadores de cabeza. Pontus dejó la moto y el sonido del motor prácticamente perfecto. Ahora sí. Como no quería cobrarme fue a por cervezas y aquella noche terminamos realmente jodidos.
Al día siguiente, me volví a casa a mandos de la moto y confirmando que Pontus había dejado la moto prácticamente perfecta. Al día siguiente me podría ir o por lo menos, ya podía estar relajado hasta el día de retomar el viaje. Al llegar a la casa, en la puerta, la cual se encuentra en una calle con bastante desnivel, aparqué la moto momentáneamente para abrir a la susodicha, con la certeza de que debía tener cuidado con la pata, ya que la moto podía ir al suelo. En un exceso de confianza dejé la moto y en un solo segundo, la moto a través de un ruido raspante anunció sus ganas de terminar en el suelo, el instinto me hizo girar e intentar agarrarla, con tal mala suerte, que el frontal de la moto cayó sobre mi pierna y mi antebrazo, destrozando esa parte de la máquina y dejando maltrechos aquellas partes de mi cuerpo. “Imbécil” Escuché directamente en mi interior, con más fuerza aún que el estruendo de aquella moto al impactar con el suelo. Me dolía mucho la pierna, la moto y el orgullo.
Al siguiente día y por tercera vez terminé en casa de Pontus. Puso fibra, me llevó a comprar una bombilla y lo dejó todo colocado y arreglado. Le prometí no volver más, al menos con problemas.
Ya estaba todo listo. Y si lo mejor de esta aventura fue ver a mi hijo al llegar en la moto, lo más duro no fue ni llegar a la bola sin apenas clavos, bajo cero, con una moto incomoda que ahora estaba en lo cierto que yo mismo había jodido… Ya sabéis que fue lo más duro. Mi hijo lloraba y yo con él. “Pronto nos volvemos a ver” Es lo único que podía decirle, sin saber ciertamente cuando… y no… no me puedo acostumbrar por muchas despedidas que hayamos tenido.
Salí dirección Malmö. Allí me esperaba de nuevo Julio, el bombero, el cual tuvimos aquel rifirrafe que evitó que nos conociésemos. Había que conocerse, ponerse cara y humanizar todo este mundo de wasaps, redes sociales y virtualidad. Llegué al parque de bomberos y allí estaba entrenando en el gimnasio. Nos dimos un abrazo y directamente sentí que aquel mal entendido quedó atrás y para siempre como anécdota, antesala de una buena amistad. Me preguntó que me apetecía hacer y le dije que entrenar. Y es que desde hacía 3 días me propuse entrenar un rato cada día para limpiar la cabeza. Mientras entrenaba con aquellos bomberos en su gimnasio, saltó una alarma y me quedé allí solo haciendo deporte, pensando que quizás mi fuerza los había espantado del lugar.
Luego cenamos todos juntos, otra alarma y a dormir. Fue una gran experiencia ver cómo conviven y escuchar las mil y unas batallas. A la mañana siguiente y después de dormir unas 4 horas Fuimos a casa de Julio a desayunar y tras remolonear un poco en el sofá, con que si me voy o no, decidí irme. El viento soplaba con fuerza y a unos 400 kilómetros me esperaba mi prima Jessica y Levi en Hamburgo. El viento soplaba con fuerza. Demasiado fuerte para mi gusto y para cualquier persona que ande en un vehículo a dos ruedas y sea golpeado lateralmente. Salir de Malmö al sur es sinónimo de meterte en el famoso puente que une Suecia con Dinamarca. El viento estaba fuerte, eso lo he dejado claro, pero cuando empezó el ascenso sobre el agua, era temerario, agresivo, violento. Perdí el 80 por ciento del control de la moto, la cual parecía querer probar el agua que nos miraba desde abajo. Brutal. Cuando estaba a dos centímetros de la barandilla puede parar la moto.
Por el arcén y con la moto en un ángulo anormal, crucé el famoso puentecito. El resto del viaje hasta Hamburgo decidí hacerlo por la autopista y así no llegar muy tarde a casa de mi prima. Allí estuve tres noche y cuatro días. Lo pasé genial con la familia, reímos, recordamos, bebimos y miramos el futuro. Un millón de gracias prima y Levi por acogerme así.
Salí 260 kilómetros al sur, donde se encontraba mi primo Adri con su mujer y su recién nacido Rayan. La idea era ir a saludarlo y continuar hasta Bélgica, concretamente a Bruselas. A pesar de vivir en 20 metros cuadrados, me dijo que me quedara y eso hice. Pasar un sábado noche con mi primo Adri y verlo dormir a las 12 de la noche fue un demostración inconsciente de que el tiempo había pasado y que el primo de 28 años ya había madurado y las perspectivas en la vida habían también cambiado para él.
Mi amiga Lesi de Bruselas, me dijo que llegaría sobre las 00:00 de la noche del Domingo. Aunque no estaba en mi ruta, quería ir a saludar a los chicos después que la otra vez lo pasáramos genial, así que pasamos la mañana haciendo tiempo y viendo como Valentino Rossi, a sus 37 años, volvía a ganar en Jerez de la Frontera de un modo contundente. Fue a las 4 de la tarde cuando decidí salir tras pensármelo un buen rato, ya que el primo pedía una noche más y el clima fuera no llamaba a disfrutar de la moto tras intermitentes cambios de luz, granizo e incluso nieve. Salí.
Decidí ir por carreteras secundarias y aunque el clima amenazaba, tuve la suerte de ir esquivando las nubes a medida que avanzaba en la ruta. A 50 kilómetros de llegar a Bruselas, paré en una gasolinera para avisar a la chica y mi sorpresa fue, que ella ya me había avisado de que no podía atenderme por problemas mayores que entendí perfectamente, dándome cuenta que yo tenía un inconveniente y ella un gran problema.
Sin internet, gracias a mi mala Gestion con los megas, pensando que eso no se acaba, decidí llegar hasta Bruselas y una vez en la casa, llamar a ver si estaban los demás chicos, pero fue en vano. No había nadie y tampoco quería molestar. Busqué un Mc Donalds, no por su fantástica comida de plástico pero sí por su wifi gratuito… y no, no piense querido lector que en todas las gasolineras Francesas hay internet, por que eso tambien es lo que me contaron a mi. Puede que tengan… pero no funcionan muchas veces. Con el internet intermitente del Mc Donald no pude cerrar una reserva en un backpakers, pero mi navegacion super lenta e inutil, solo servible para el Whasap, pude gestionar un sitio gracias a mi primo Adri, que me dio una dirección. Estaba a unos 5 kilometros llegue y llame a la puerta. En internet eran 20€ en persona fueron 30€ por Pingu y mi cuerpo cansado, el cual y perdonen por el BlackFlash, los últimos 50 kilometros no fueron tan benevolentes y la lluvia y granizos me jodieron la noche.
Me vi “obligado” a las 23:30 de la noche y algo cansado, a pagar los 30 Euros para dormir en un mini cuarto, acompañado de un armario en el cual no se podía meter ropa porque guardaba el “termo” del edificio, con su gas ardiendo y sus ruidos normales de una máquina que quiere funcionar. No dormí, caí inconsciente.
Ya había quedado a la ida con Carlos, pero no pudo ser debido a la necesidad de hacer kilómetros para llegar a Nordkapp en Invierno y en su día le prometí que a la vuelta y con más tranquilidad me quedaría con el en Paris. Y así fue después de recorrer unos 340 kilómetros, los cuales decidí hacer por autopista, ya que la balanza gasolina, tiempo, kilómetros y clima lluvioso… era lo mejor. Muy cansado llegué después de solo unos 340 kilómetros. No sé si era cansancio acumulado pero llegué muy jodido para una cifra que comparada con las del principio de esta aventura, parece irrisoria, cuando sabemos que hemos tenido días de más de 1200 kilometros.
Y desde aquí os escribo, desde el pequeñito apartamento de Carlos, que a pesar de sus dimensiones me ha acogido lo que mañana por la mañana serán un par de noches, molestándose en que yo esté lo más cómodo posible en todo momento. Haciéndome una ruta por Paris junto a su hermano, y aunque no hace falta que me lo diga, molestando a su hermana para pedirle el coche y hacer que me sienta en familia. Ayer mientras nos dirigimos al centro me confesaba, que en mi ida, y mirando por el satélite salió en mi busca en pero fue en vano. La vida son detalles y solo me puedo sentir agradecido por todo el cariño mostrado en esta aventura. No solo Carlos, en todos los hogares donde se me han abierto las puertas. En Europa, querido lector o lectora… tambien hay gente buena.
Pues mañana día 27, salgo dirección San Sebastián. Toca hacer kilómetros. Estaré por allí si todo va bien, sobre las 4 de la tarde pasaremos la última frontera y empezaré a sentirme en casa.
Muchas gracias por leerme, compartirme y acompañarme en esta aventura. Aun nos queda un poquito más. 2000 kilometros para terminar #Tarifkap SOIS MI GASOLINA
y donde estas ahora? ya en casa? si paras en sevilla, avisa 😉