Hoy es un día de esos en los que me enfrento a la pantalla en blanco sin realmente tener nada interesante que decir. Es uno de esos días en los que las piernas parecen tirar de unas pesadas cadenas cuyo último eslabón, el más lejano que ata mi pie, abraza sin tregua una enorme bola oxidada a la que tampoco se le permite rodar.

Me quedé en esta parte del mundo por amor y ahora el fruto de aquella decisión caga dos veces al día mientras no da tregua a un crecimiento físico como intelectual que me hace ir corriendo con la lengua fuera porque uno piensa que quizás nada ha cambiado en este tiempo. Cuando veo a mi sobrina en un video me sorprende que hable y que razone porque cuando yo llegué aquí tenía unas semanas y claro, cuatro años y medio es un suspiro para mí, mientras que para otras vidas es toda una vida, el todo. Quizás me esté haciendo un viejo sin darme cuenta… o sin quizás. Quizás me esté convirtiendo es ese vecino intolerante y amargado que se queja de todo aunque mi única queja son los perros de los blanquitos de mierda, que les encanta tenerlos libres en las puertas de sus casas sin educación ni control y con la mala leche de salir corriendo detrás de uno cuando intenta hacer un poco de deporte. También me cabrea enormemente ver la hipocresía de las ONG y de como en los tiempos que corren es muy lucrativo buscarse “una causa” y hacer un negocio de ella aunque en la ecuación entren niños. Aprendí a moldearme al lugar que me ha acogido pero a veces me solidifico fuera del molde y me niego a encajar. No voy a sitios porque supuestamente hay que ir a esos sitios y sólo accedo a reuniones, encuentros, que me puedan aportar mientras que a su vez pienso que quizás no voy a esos sitios porque me cuesta bajar la escalera o quizás solo sea una excusa. También el idioma es una barrera para mí, especialmente el ingles que aunque lo hablo para salir del paso, siento que a veces la pereza me sobrepasa. 

Fue ayer cuando miré el calendario y me di cuenta que habían pasado ya tres meses de que estuviese en España con “los míos” ¡Tres meses! ¿Y que ha pasado? Pues que el fruto ha doblado su tamaño pero por lo demás… nada. O quizás sí que ha pasado pero no puedo verlo porque mi vida se ha convertido en una peligrosa rueda cuyo eje se encuentras anclado a la pared mientras que la circunferencia está a 4 centímetros del suelo. Quizás eche de menos el alcohol y quizás bebía para evitar esta sensación de vació y soledad a pesar de estar bien rodeado. Lo único que he hecho en estos tres meses ha sido correr tres veces por semana, entrenamiento en casa cada día, he perdido desde que llegué de España 10 kilos, esperé por unas zapatillas unos 20 días. Me he intentado sentar a escribir en vano y los libros anteriores realmente no terminan de arrancar. Me duele y mucho que amigos opinen sobre mis libros o tengan ideas para hacer con ellos, pero de pronto te das cuenta que no lo han leído. Te planteas la palabra amistad y si la hubo.  

Me sobrevuela por la cabeza la muerte como última gran opción de marketing y a ver si así dejo algo que merezca la pena a mis hijos, porque sinceramente ni padre me siento. Entre tanto debate de feminismo o igualdad siento que estoy detrás de la calse con la mano levantada esperando mi turno, al cual nunca llega ni llegará y que aunque llegase ya es tarde, porque los hijos ya han crecido lejos de uno y con una familia paterna que es otra. Ha sido una espera absurda e incluso a veces en la intimidad elogio a esos hijos de puta que dejaron todo y se fueron sin mirar atrás tras una acusación clara, concisa, tajante; “Abandonó a sus hijos” lo que no saben es lo duro que es la lucha de los que intentan no hacerlo, recibiendo una y otra vez un desplante tras otro, un palo tras otro e incluso un insulto tras otro. Tarde es cuando te das cuenta que no compensa tanto daño porque otro lleve tu apellido. Es una pantomima, una pérdida de tiempo… Siento esa frustración continua y silenciosa que se acuesta conmigo casi tangible y que despierta a mi lado un tanto más difusa por la mañana para que paulatinamente se vaya haciendo más y más real en el transcurso del día… y vuelta a empezar. Y llega el salario y el dinero se evapora como se le evapora a un rapero después de cuatro rayas en la zona VIP. Quizás sea mi cabeza de blanquito que quiere las cosas ya, aunque pensándolo bien, mi problema es que no encuentro nada en el cajón de las ilusiones y las pocas que tenía están dando más quebraderos de cabeza que alegrías, por lo que las ilusiones comienzan a parecer pesadillas. Estoy hasta los cojones de ser un Dollar con patas aquí. Quizás sin darme cuenta me está afectando el estar inconscientemente siempre alerta porque doy por echo que ninguna relación fuera de casa sea pura y real y no buscando un beneficio del blanco que escribe… y me vuelvo a aislar. Y me siento en el cuarto cerrado a escuchar la radio porque no me apetece escribir. Porque siento que escribir es como gritarle a un pozo que ni los amigos están dispuestos a escuchar.

Son las ocho y media de la mañana, llevo cuatro horas despierto y no he hecho absolutamente nada exceptuando este escrito que durará lo que dura una piedra al caer al mar desde un acantilado y se acabó. Aun todos duermen y eso hace que aunque vivamos en la misma casa, cada vida se va distanciando aunque sigamos en el mismo nido. No, no voy a buscarme una moto e irme tres o cuatro meses por ahí mientras mi hijo crece al ritmo que lo está haciendo. Ya aprendí que esa no es la solución de estos estados subterráneos de ánimo con cierto sabor a amargura. Nunca fue una solución una huida hacia adelante, quizás esta vez lo único que me salve es aceptar que aquello se acabó, que aunque esté más joven que nunca, esto de lanzarse al mundo se acabó, mientras que a la vez, siento que aún sigo “fuera”, de aventura, aún por volver. 

Quizás sea el momento propicio para desaparecer virtualmente. No tengo mucho que aportar a este mundo que se queda en la superficie, en lo banal. Quizás debería sentarme a escribir el libro “Ahora o nunca” pero tampoco le encuentro sentido irme al pozo a gritar en vano. Quizás sea hora de matar a “El Búfalo” y dejar a Fernandito corriendo en su nueva rueda anclada en la pared. Y ahora llega la pregunta… ¿Dónde están los consejos que yo di?… Ya se me pasará… mientras tanto… hasta luego.